¿Qué significa si ves un conejo en la luna?

El Conejo Lunar en el Mito Azteca del Sol y la Luna

20/04/2024

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La rica y compleja mitología de Mesoamérica está repleta de relatos sobre la creación, los dioses y los ciclos cósmicos que rigen el universo. Entre estas historias fundacionales, destaca poderosamente el mito del nacimiento del Sol y la Luna, un evento trascendental que tuvo lugar en la majestuosa ciudad de Teotihuacan, conocida como 'la Ciudad de los Dioses'. Este relato, fundamental para comprender la cosmovmovisión azteca y de otros pueblos del Altiplano Central, no solo explica el origen de los astros que nos iluminan, sino que también otorga un papel inesperado y conmovedor a un animal aparentemente modesto: el conejo.

Para los antiguos mexicas, el conejo no era un simple habitante del campo. Estaba cargado de simbolismo, asociado a la fertilidad, la embriaguez (pues se creía que los dioses del pulque, los Centzon Totochtin, eran 400 conejos divinos), y, crucialmente, a la Luna. Su presencia en el mito de la creación de los astros es uno de los ejemplos más poéticos y duraderos de su importancia cultural. Pero, ¿cómo un conejo llegó a estar ligado para siempre al rostro de la Luna en este relato cósmico?

Índice de Contenido

El Concilio Divino en Teotihuacan

Según el mito, antes de que existiera el Sol o la Luna tal como los conocemos, el mundo estaba en perpetua oscuridad. Los dioses se reunieron en Teotihuacan, una ciudad que ya era antigua y sagrada incluso para los aztecas, para decidir quién se sacrificaría para dar luz al mundo. Necesitaban dos voluntarios que se arrojaran a una enorme hoguera ceremonial, de cuyas llamas surgirían los nuevos astros.

¿Cuál es el mito del conejo en la luna?
Pese a la noble acción del conejo, Quetzalcóatl se negó a dejarle sin alimento, por lo que el animal optó por ofrecerse como comida para el dios en cuerpo humano, lo que conmovió a la serpiente emplumada, quien elevó al conejo hacia el cielo logrando que la silueta del animal quedara dibujada en la luna.

Se presentaron dos candidatos. El primero era Tecciztecatl (o Tecuciztécatl), un dios rico y arrogante, ataviado con plumas preciosas y joyas de oro y turquesa. Ofreció ofrendas valiosas, pero carentes de verdadero sacrificio. El segundo candidato, para sorpresa de todos, fue Nanahuatzin (o Nanáhuatl), un dios humilde y enfermo, cubierto de llagas y pústulas. Sus ofrendas eran modestas: espinas de maguey teñidas con su propia sangre, ramas de abeto y bolas de heno.

La Prueba del Fuego: Audacia y Vacilación

Llegó el momento crucial. La gigantesca hoguera ardía intensamente en el centro de la explanada. Los dioses instaron a Tecciztecatl a ser el primero en saltar. Cuatro veces lo intentó, pero cada vez, al sentir el abrasador calor, retrocedió, temeroso. A pesar de su riqueza y su aparente grandeza, le faltó el valor necesario para el acto supremo.

Entonces, los dioses voltearon hacia el humilde Nanahuatzin. Sin dudarlo, reuniendo toda su fuerza de voluntad y su espíritu de sacrificio, Nanahuatzin cerró los ojos y se lanzó valientemente a las llamas. Su cuerpo crepitó y se consumió en el fuego sagrado. Poco después, venciendo su miedo y quizás avergonzado por la valentía de Nanahuatzin, Tecciztecatl también se arrojó a la hoguera.

El Nacimiento de los Astros y el Destino del Conejo

Tras el sacrificio, los dioses esperaron. En el oriente, comenzó a despuntar el alba. Primero apareció un sol radiante, brillante y poderoso: Nanahuatzin transformado. Justo después, o simultáneamente en algunas versiones, apareció otro astro con un brillo casi igual de intenso: Tecciztecatl convertido en la Luna.

Sin embargo, los dioses se dieron cuenta de un problema: si la Luna brillaba con la misma intensidad que el Sol, el equilibrio del cosmos se rompería. No podía haber dos soles. Uno debía ser superior al otro. Decidieron que el astro surgido del valiente Nanahuatzin sería el Sol, el que guía el día, y el surgido del vacilante Tecciztecatl sería la Luna, la que ilumina la noche.

Para atenuar el brillo de Tecciztecatl y diferenciar claramente su luz de la del Sol, uno de los dioses (a veces Quetzalcóatl, a veces otro) tomó un conejo y lo arrojó con fuerza contra el rostro de Tecciztecatl en el cielo. El impacto del conejo dejó una marca indeleble en la superficie lunar, disminuyendo su resplandor y dejando la silueta del animal grabada para siempre, visible desde la Tierra. Así, Tecciztecatl se convirtió en la Luna, el astro nocturno, llevando consigo la imagen del conejo como recordatorio de su vacilación y del acto que atenuó su luz.

El Simbolismo Profundo del Conejo Lunar

La presencia del conejo en este mito va más allá de ser un mero detalle pintoresco. Encierra múltiples capas de simbolismo:

  • La Humildad frente a la Arrogancia: El conejo, un animal humilde y común, es arrojado al rostro del dios arrogante. Esto puede interpretarse como una forma de castigo simbólico o de lección: incluso lo más modesto puede dejar su marca en la grandeza vacilante. La humildad de Nanahuatzin le valió ser el Sol; la arrogancia y el miedo de Tecciztecatl lo relegaron a la Luna, marcada por un conejo.
  • El Sacrificio y sus Consecuencias: Si bien el conejo no se sacrifica en el fuego, está intrínsecamente ligado al dios que sí lo hizo (aunque tardíamente y con miedo). La marca del conejo en la Luna es una consecuencia directa de la diferencia en el valor y el sacrificio entre los dos candidatos.
  • La Duality y el Equilibrio Cósmico: El mito explica la diferencia de brillo entre el Sol y la Luna, esencial para el orden del mundo. El conejo es el agente que ayuda a establecer este equilibrio, asegurando que el Sol tenga la primacía que le otorga el sacrificio total de Nanahuatzin.
  • El Conejo como Símbolo Lunar: Este mito solidifica la conexión entre el conejo y la Luna en la cosmovisión mesoamericana. Las manchas oscuras que vemos en la Luna son interpretadas como la figura de un conejo. Esta asociación se refleja en otros aspectos de la cultura, como el calendario (donde Tochtli, Conejo, es un día importante) y las deidades lunares.

El conejo lunar se convierte así en un símbolo de la Luna misma, de su naturaleza secundaria respecto al Sol, y un recordatorio perpetuo de la historia de los dos dioses que se lanzaron al fuego. Es un emblema visible cada noche de un acto de creación cósmica y de las lecciones sobre el valor, la humildad y el sacrificio.

Preguntas Frecuentes sobre el Conejo en el Mito

¿Es este mito exclusivo de los aztecas?
No. Este mito es una versión del relato originario de Teotihuacan, una ciudad que influyó a muchas culturas mesoamericanas posteriores, incluyendo a los aztecas (mexicas). Existen versiones similares o con matices en otros pueblos, pero la de Teotihuacan es la más conocida y difundida.
¿Por qué se eligió un conejo y no otro animal?
La razón exacta de por qué se eligió un conejo para este acto específico no está totalmente clara en las fuentes. Sin embargo, el conejo ya tenía asociaciones preexistentes con la Luna y los ciclos nocturnos en Mesoamérica. Su naturaleza prolífica también podría ligarse a la fertilidad lunar. Además, es un animal común, lo que contrasta fuertemente con la figura del dios arrogante, haciendo el simbolismo más potente.
¿La silueta del conejo en la Luna es universal?
La percepción de una silueta en la Luna (las llamadas "manchas" o "mares lunares") es universal, pero la interpretación de qué figura representa varía enormemente entre culturas. Mientras que en Mesoamérica se ve un conejo, en otras partes del mundo se ven rostros, personas, cangrejos, etc. La interpretación del conejo es específica de las culturas que compartieron esta cosmovisión, como la azteca.
¿El conejo tiene otros significados en la mitología azteca?
Sí, definitivamente. Además de su conexión con la Luna, el conejo (Tochtli) es uno de los veinte signos de los días en el calendario sagrado (Tonalpohualli). También está fuertemente asociado con el pulque, la bebida fermentada de maguey, y los Centzon Totochtin (400 conejos), las deidades de la ebriedad y la fertilidad asociadas al pulque. Esto refuerza su conexión con la Luna y los ciclos de la naturaleza.

El Legado del Conejo Lunar

El mito del nacimiento del Sol y la Luna en Teotihuacan, con el conejo marcando el rostro de la Luna, perduró por siglos, transmitido a través de generaciones. Se convirtió en parte fundamental de la identidad cultural y religiosa de los pueblos del Altiplano Central. Cada noche, al mirar al cielo, los antiguos mexicas veían no solo un astro que iluminaba la oscuridad, sino también la silueta de un conejo, un recordatorio tangible de un acto cósmico de sacrificio, de la diferencia entre la humildad y la arrogancia, y del ingenio divino para establecer el equilibrio en el universo.

Este pequeño animal, el conejo, se elevó de su existencia terrestre para convertirse en un símbolo celestial, eternamente ligado al ciclo lunar y a una de las historias de creación más significativas de la antigua Mesoamérica. Su imagen en la Luna es un puente entre el mundo terrenal y el cósmico, un testamento perdurable de la profunda interconexión que los aztecas veían entre todos los elementos de la creación.

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